domingo, 12 de octubre de 2008

La rebelión de los estrógenos

Mucho se ha hablado en estos últimos años sobre la igualdad del hombre y la mujer, entendida ésta básicamente como el reconocimiento de la capacidad idéntica de unos y otras para desempeñar las mismas tareas o funciones, la igualdad de oportunidades en el desarrollo personal o profesional, y la recepción de similares recompensas por la actividad encomendada. Y mucho nos queda por recorrer para que la palabra igualdad sea una realidad fuera de diccionarios y campañas, sin trampas dialécticas ni retornos silenciosos, siendo el principal obstáculo el rasero por el que las mujeres nos medimos a nosotras mismas al compararnos con ellos, debido quizás a siglos de dominación o predominancia masculina (entiendo yo).

La inspiración de este artículo ha surgido tras una comida de oficina, todo mujeres causalmente, en la que una de ellas ha sugerido que en estos tiempos de crisis deberíamos cambiar los papeles y ser nosotras las que nos encargáramos de la dirección “estratégica” (me sonrío) de la empresa, de animarla. Y lo decía convencida de que con nosotras enderezando el rumbo torcido se produciría un cambio positivo y nos revelaríamos como el medio idóneo para transmitir ese concepto desconocido y difícil para algunos, capaz de solucionar los problemas, evitar los riesgos y conseguir un futuro más próspero y placentero.

Tras ese comentario, ya se sabe, surgieron otros que derivaron en la siempre recurrida crítica a la masculinidad en tono simpático, en los tópicos dicharacheros que afianzan entre risas cómplices nuestra duplicidad de neuronas frente a la simplicidad de la suya, de esa suya que se llama sexo y que no siempre les funciona. Pero más allá de frases hechas y de bromas, he visto a esas mujeres, compañeras, convencidas de que ese cambio era posible y de que ellas han tomado plena conciencia de su valor, de sus enormes posibilidades, y sobre todo, de que ya no sienten esa necesidad irracional y un tanto oculta de la cercanía de un hombre para que su mundo funcione. Se sienten capaces y, mejor aún, con ganas de provocar una revolución. Es lo que aquí llamo “la rebelión de los estrógenos”.

Los estrógenos son hormonas sexuales de tipo femenino principalmente. Históricamente se los ha relacionado con alteraciones físicas y psíquicas del carácter “femenino”. Pero el oscurantismo se va desterrando y cada vez se sabe más acerca de ellos y de sus capacidades e influencias. Se empieza a saber que además de afectar a la masa ósea (pierdo huesos y demás masas corpóreas), actúan como neurotransmisores que se transforman en el cerebro para pasar a ejercer una nueva función, y que incentivan los sentimientos de poder y competencia en las mujeres de un modo muy similar a como lo hace la testosterona en los hombres (toma ya!).

Con estas palabras no pretendo firmar dogmas feministas (no lo soy). Únicamente manifestar que estamos sobradamente preparadas (como el coche de aquel anuncio lo estaba para conducir) y animar a todas las mujeres a que se llenen de arrojo y valentía en la adquisición de la responsabilidad que supone darse cuenta de que el cambio, tan aclamado, es posible. Y al decir esto me viene a la cabeza la imagen de hermosas mujeres (en el omni-significado que encierra tan hermosa palabra) arrugadas por sus parejas, que caminan detrás de arrogantes fantasmas (cuanto menos) cuyo único sostén emocional (de ellos), en el fondo, es mantenerlas cerca.

No lo dudemos. Es nuestro momento. Vivimos el siglo de la rebelión de los estrógenos.

Montse Fernández Crespo
Septiembre de 2008

PD. Mi más cariñosa mención para Antoni Gutiérrez-Rubí, gran conocedor del espíritu femenino por reconocer nuestra valía y plasmarlo en su libro Políticas. ¡Gracias Antoni!

Publicado en El Imparcial

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